Últimamente el término procrastinar ya nos va resultando algo familiar. No obstante, hay personas que son procrastinadores puros y, aun así, no lo han oído nunca.
Veamos qué significa procrastinar: Del lat. procrastināre. tr. Diferir, aplazar. (Real Academia Española). Es decir, la acción o el hábito de posponer o postergar actividades o situaciones que aunque sabemos que deben de atenderse, las vamos aplazando y sustituyendo por otras que son más agradables o incluso irrelevantes. En términos coloquiales: “para qué voy a hacer hoy lo que puedo hacer mañana”. Seguro que esto ya te va sonando más.
¿Pero por qué procrastino?
Generalmente el procrastinador ve lo que tiene que hacer como desafiante, inquietante, difícil, aburrido o abrumador. Es decir, le resulta estresante y por ello desarrolla un mecanismo de autojustificación, posponiéndolo para otro momento que idealmente será mejor. De esta forma acaba dejando lo que es importante y lo va sustituyendo por lo que en ese momento se dice que es urgente (así sea comerte un yogur o jugar a videojuegos). Ya nos lo dice Fito y Fitipaldis en su canción: “no siempre lo urgente es lo importante”, así que hagámosle caso y veamos qué podemos hacer al respecto.
Para hacernos conscientes de ello (y esa es la clave de todo proceso: ser consciente) tendremos que ver que estamos procrastinando y las consecuencias que puede tener. Puede ser que no encuentres el momento para estudiar, levantarte, deshacer la maleta, arreglar la habitación, lavar el coche, llamar a tu madre, entregar un informe, pagar un recibo, hacer la declaración de la renta o ir al médico… Hay tantos ejemplos como situaciones se puedan dar. Esto nos lleva a hacer una distinción entre el procrastinador ocasional y el procrastianador habitual.
El primero todavía tiene cierto control sobre la situación ya que queda expuesto a las consecuencias de ese postergamiento solo de vez en cuando y, generalmente, en situaciones que tienen plazos y que acaba haciéndolo en el último momento; no por ello exento de presión, malestar y riesgo extremo de no conseguirlo porque siempre pueden ocurrir circunstancias que no pueda controlar. El segundo vive en una presión constante, con falta de control, sentimiento de estar desbordado y de culpabilidad, convirtiéndose en una fuente de sufrimiento pues a la vez se culpa por no estar haciendo “lo que toca”. En estos casos la persona sufre un verdadero sentimiento de saturación al ver que el trabajo se le acumula y se ve incapaz de establecer prioridades. Esto provoca fuertes sentimientos de estrés, ansiedad, angustia e inmovilización, con lo cual se cierra un círculo del que no puede escapar, llegando a ser una conducta adictiva.
Las consecuencias de procrastinar son múltiples. Por ejemplo: Aplazar la hora de salir de casa hasta el último momento con la falsa sensación de que llegarás a tiempo hace que seas impuntual por costumbre. Esto, incluso para aquellos que te conocen bien, es dañino para tu reputación. En un equipo de trabajo un procastinador posterga tomar decisiones, se demora en completar sus tareas, etc., y esto, una vez más, daña su reputación a la vez que crea fricciones importantes en el grupo, llegando a tener importantes problemas en el trabajo.
A veces procrastinar se convierte en un hábito que la persona tiene tan internalizado que no se da cuenta de ello hasta que tiene consecuencias importantes. Por ejemplo: Suspender asignaturas y quedarse sin beca, una multa de hacienda o, como en el caso de una amiga, ir al médico casi un año después de notarse un bulto en el pecho cuando ya tenía un tumor maligno, del tamaño de una mandarina, en estadio III.
La procrastinación es un comportamiento algo paradójico porque acaba ocasionándonos más estrés del que tendríamos si hiciésemos la tarea que estamos evitando. ¿Cómo se explica esto? Procrastinar es una lucha entre el sistema límbico, que incluye el sistema de recompensa del cerebro (segregando dopamina ante una situación placentera), y la corteza prefrontal, que es la zona que se encarga de planificar las tarea. Cuando esta lucha la gana el sistema límbico, elegimos la tarea que nos hace sentir placer inmediato sobre la que nos dará una satisfacción a largo plazo. De esta forma nos vamos haciendo adictos a procastinar al igual que lo haríamos ante cualquier cosa que nos genere dopamina y, con ello, sensación de placer.
Entonces, ¿qué hacer para ganar esta lucha entre nuestra parte instintiva y nuestra parte racional? La principal forma es, como ya dije anteriormente, ser conscientes de lo que hacemos cuando tomamos esta decisión.
Una vez que hemos tomado conciencia del proceso del tipo de procrastinador que somos y las consecuencias que tiene, viene la cuestión clave:
¿QUÉ PUEDO HACER PARA PARAR DE PROCRASTINAR?
- Sé consciente de cuánto tiempo dedicas a procrastinar. Puede que no te des cuenta hasta que lo veas. Suma el rato que has tardado en levantarte después de que sonara la alarma, el que has perdido viendo la serie de Netflix, el de repasar mensajes en Whatsapp, el de jugar a algún videojuego, etc. Aquí no cuenta el tiempo que has dedicado por recompensa a la tarea que has hecho, sino el tiempo que has procrastinado para hacer lo que deberías hacer.
- Haz una lista realista de las cosas que tienes que hacer. ¿Cuánto tiempo necesitarás para cada una de ellas y de cuánto tiempo real dispones? Si el tiempo del que dispones es menor del necesario, tendrás que hacer otra lista con las tareas prioritarias y reconocer que ahora no puedes hacer más. Empezar cualquier cambio es difícil, pero ir consiguiendo metas es muy gratificante. Eso te ayudará a seguir.
- Puedes cambiar. Deja de decirte a ti mismo que tú eres así y no vas a cambiar, porque eso no es cierto. El poder del pensamiento es muy fuerte. Fíjate en la cantidad de tiempo que llevas diciéndote que no puedes y no has podido. ¿Por qué no pruebas a decirte que sí puedes, a ver qué pasa? Todos podemos cambiar si nos hacemos conscientes de nuestras decisiones. Toma el control de la situación y actúa.
- Actúa sin razonar contigo mismo acerca de la situación. Si entras en ese juego, ganará tu parte instintiva, que es la que nos ha mantenido vivos como especie. Ignora esa parte de ti que te da todas las razones posibles para no hacer lo que debes y actúa. Levántate y ponte en marcha hacia la dirección que quieres, la que es buena para ti. No hay excusas si tú decides que no las haya.
Visualiza tu fururo. Métete dentro de ti y piensa cómo te vas a sentir cuando hayas conseguido tu objetivo. Dejarás de sentir esa presión interna y esa angustia constantes que llevas soportando durante tanto tiempo. Imagina que tienes que trabajar haciendo reparto a domicilio y que no podrás con toda la carga que tienes que llevar. Piensas en lo mucho que te dolerán los brazos y en que es muy probable que la carga se caiga al suelo. Como no sabes cómo hacerlo, pasas mucho tiempo ideando cómo solucionarlo, pero no das el paso. La solución está en empezar. En cuanto empieces a repartir, cada vez te quedará menos y la carga se irá haciendo menos pesada. Si nunca empiezas, acabarás siendo despedido. Si haces tu reparto diario, al final del día cobrarás tu sueldo. Y si lo haces bien, puede que hasta te lleves alguna propina.
Recuerda siempre que la confianza es lo que distingue a las personas que consiguen lo que quieren de las que no. Confía en ti y adelante.